9 oct 2008

LOS REDONDOS,ARTISTAS DE LA DÉCADA

Hay que padecer que los colectivos no te paren y te obliguen a caminar cuarenta o más cuadras para volver a casa. Hay que soportar que te arreen como ganado, que la policía te maltrate, que los pibes más sacados te quieran afanar. Si uno vive en la Capital o en el Gran Buenos Aires, hay que tomarse un tren hacia alguna diminuta ciudad del interior del país y rezar para que el intendente no ceda a las presiones de la derecha o de "las fuerzas vivas" de la ciudad y prohiba el show. Hay que estar dispuesto a dormir en carpa o, de lo contrario, hay que esperar a que se decidan a tocar en un gran estadio de fútbol, al que conviene llegar con tiempo para evitar aglomeraciones y/o represión. Hay que tener lo que los chicos llaman aguante. Y comprender que, si estás dispuesto a bancarte todo eso, es probable que luego vivas una de las mejores fiestas que el rock argentino puede ofrecerte hoy: un recital de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Hay que ver a esos tipos arriba del escenario: entonces, toda intelectualización del asunto estalla en pedazos. Hay que participar de esa comunión tan única que se produce entre el público y ese cantante calvo de lentes oscuros que junta sus dos manos como si fuera a mover un palo de golf y luego gira sobre sí mismo; ese guitarrista que te pone la piel de gallina, esa banda que abre las puertas de la emoción y de la magia. Cientos de miles de jóvenes compran sus discos o invierten el dinero que no tienen para verlos. Si durante los 70 representaban la resistencia cultural de una elite informada, hoy representan la resistencia de una masa de jóvenes - "desangelados", según la definición del Indio Solari- que no creen en nada ni en nadie, excepto en Los Redondos. No se trata de la única banda argentina que suena bien en vivo, ni de la única cuyos principales integrantes son muy carismáticos. No es eso. En los recitales de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota se instala durante dos horas -y se disfruta como parte vital del hecho artístico- la sensación de que este mundo puede ser tomado por asalto; que los artistas y el público estamos haciendo en ese preciso momento una revolución; o que al menos estemos dispuestos a jugarnos todo con tal de no permitir "un último secuestro no, el de tu estado de ánimo", como dice el viejísimo y magnífico tema Ya nadie va a escuchar tu remera. Los recitales de Los Redondos son hoy "el hecho maldito del rock argentino", en el mismo sentido metafórico- salvando las distancias, claro- con el que John William Cooke definía el peronismo como "el hecho maldito del país burgués". La organización de los conciertos, a cargo del grupo, suele ser por lo menos deficiente. Sin embargo, esa deficiencia no alcanza a explicar los desmanes que a veces se producen antes o después de las actuaciones de la banda. La policía odia al público de Los Redondos con un fervor que antes sólo dedicaba a la izquierda o a las manifestaciones opositoras al poder de turno; la mayor parte del público odia a la policía porque parece entender que nada tienen que hacer los azules allí, en ese territorio libre. Cierta rudimentaria idea de socialismo define la devoción con la que algunos chicos deciden colarse. No es una simple travesura: en el fondo, más bien parecen pensar que no tienen por qué pagar para entrar a una fiesta que les pertenece. Hasta los fans más viejos del grupo añoran la época en que todo era más cool, y deploran la llegada del aluvión bardero, esos pibes que, ¡horror!, acaso no sepan quién era Frank Zappa. Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota son los únicos protagonistas de la década del 80 que ratificaron y aumentaron sus protagonismo en los 90. Sosa Stereo- supuesto contrincante en las preferencias populares- también grabó algunos muy buenos discos en los 90 y se despidió con el estadio de River lleno; la memoria popular, sin embargo, asociará por siempre a esa banda con los 80. Los Redondos grabaron algunos discos formidables durante estos años. No son los únicos: ni siquiera se puede afirmar con absoluta certeza que sus trabajos de los 90 resulten sustancialmente mejores que los de los 80. Son, lejos, la banda más popular de la Argentina, pero nadie podrá acusarlos jamás de haber accedido a esa popularidad por medio de demagogia artística o concesiones en su estética. Sus últimos dos discos, Luzbelito y Ultimo bondi a Finisterre, demuestran que, luego de dos décadas en la ruta, se mantienen tan inquietos como siempre: en esos trabajos, la banda despliega un abanico de influencias tan disímiles entre sí como Black Sabbath, el David Bowie de Earthling y Massive Attack. Hay más que eso. Los Redondos han utilizado la poesía (las letras del grupo están entre las pocas del rock argentino que admiten esa denominación) para describir estos durísimos años que para siempre serán caracterizados como menemistas. No lo hicieron desde el panfleto, sino desde historias de personajes pequeños y marginales que transitan como pueden por un infierno que no está para nada encantador. De cuando en cuando, además, se permiten alguna proclama libertaria hecha y derecha. "Blues de la libertad", otro viejísimo tema del grupo, se reactualizó cuando lo grabaron por primera vez en Luzbelito (1996). Es que quizá todavía sea tiempo de aclarar que "Mi amor, la libertad es fanática/ Ha visto tanto hermano muerto/ tanto amigo enloquecido, que ya no puede soportar/ la pendejada de que todo es igual/ siempre igual/ todo igual/ todo lo mismo". Es probable que no siempre todos los fans capten todas y cada una de las metáforas que Solari formula en sus canciones. No cabe duda, en cambio, de que perciben con absoluta nitidez una visión, un modo de pararse frente al mundo. "Yo sé que no puedo darte algo más que promesas... tics de la revolución/ implacable rocanrol/ y una par de sienes ardientes/ que son todo el tesoro", canta Solari, lúcido en Juguetes perdidos, otro de los himnos de Luzbelito. La frase, una paráfrasis ricotera del "Es sólo rock & roll, pero me gusta", de Los Rolling Stones, define con exactitud irónica los alcances y los límites de la propuesta de la banda.Hay que padecer que los colectivos no te paren y te obliguen a caminar cuarenta o más cuadras para volver a casa. Hay que soportar que te arreen como ganado, que la policía te maltrate, que los pibes más sacados te quieran afanar. Si uno vive en la Capital o en el Gran Buenos Aires, hay que tomarse un tren hacia alguna diminuta ciudad del interior del país y rezar para que el intendente no ceda a las presiones de la derecha o de "las fuerzas vivas" de la ciudad y prohiba el show. Hay que estar dispuesto a dormir en carpa o, de lo contrario, hay que esperar a que se decidan a tocar en un gran estadio de fútbol, al que conviene llegar con tiempo para evitar aglomeraciones y/o represión. Hay que tener lo que los chicos llaman aguante. Y comprender que, si estás dispuesto a bancarte todo eso, es probable que luego vivas una de las mejores fiestas que el rock argentino puede ofrecerte hoy: un recital de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Hay que ver a esos tipos arriba del escenario: entonces, toda intelectualización del asunto estalla en pedazos. Hay que participar de esa comunión tan única que se produce entre el público y ese cantante calvo de lentes oscuros que junta sus dos manos como si fuera a mover un palo de golf y luego gira sobre sí mismo; ese guitarrista que te pone la piel de gallina, esa banda que abre las puertas de la emoción y de la magia. Cientos de miles de jóvenes compran sus discos o invierten el dinero que no tienen para verlos. Si durante los 70 representaban la resistencia cultural de una elite informada, hoy representan la resistencia de una masa de jóvenes - "desangelados", según la definición del Indio Solari- que no creen en nada ni en nadie, excepto en Los Redondos. No se trata de la única banda argentina que suena bien en vivo, ni de la única cuyos principales integrantes son muy carismáticos. No es eso. En los recitales de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota se instala durante dos horas -y se disfruta como parte vital del hecho artístico- la sensación de que este mundo puede ser tomado por asalto; que los artistas y el público estamos haciendo en ese preciso momento una revolución; o que al menos estemos dispuestos a jugarnos todo con tal de no permitir "un último secuestro no, el de tu estado de ánimo", como dice el viejísimo y magnífico tema Ya nadie va a escuchar tu remera. Los recitales de Los Redondos son hoy "el hecho maldito del rock argentino", en el mismo sentido metafórico- salvando las distancias, claro- con el que John William Cooke definía el peronismo como "el hecho maldito del país burgués". La organización de los conciertos, a cargo del grupo, suele ser por lo menos deficiente. Sin embargo, esa deficiencia no alcanza a explicar los desmanes que a veces se producen antes o después de las actuaciones de la banda. La policía odia al público de Los Redondos con un fervor que antes sólo dedicaba a la izquierda o a las manifestaciones opositoras al poder de turno; la mayor parte del público odia a la policía porque parece entender que nada tienen que hacer los azules allí, en ese territorio libre. Cierta rudimentaria idea de socialismo define la devoción con la que algunos chicos deciden colarse. No es una simple travesura: en el fondo, más bien parecen pensar que no tienen por qué pagar para entrar a una fiesta que les pertenece. Hasta los fans más viejos del grupo añoran la época en que todo era más cool, y deploran la llegada del aluvión bardero, esos pibes que, ¡horror!, acaso no sepan quién era Frank Zappa. Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota son los únicos protagonistas de la década del 80 que ratificaron y aumentaron sus protagonismo en los 90. Sosa Stereo- supuesto contrincante en las preferencias populares- también grabó algunos muy buenos discos en los 90 y se despidió con el estadio de River lleno; la memoria popular, sin embargo, asociará por siempre a esa banda con los 80. Los Redondos grabaron algunos discos formidables durante estos años. No son los únicos: ni siquiera se puede afirmar con absoluta certeza que sus trabajos de los 90 resulten sustancialmente mejores que los de los 80. Son, lejos, la banda más popular de la Argentina, pero nadie podrá acusarlos jamás de haber accedido a esa popularidad por medio de demagogia artística o concesiones en su estética. Sus últimos dos discos, Luzbelito y Ultimo bondi a Finisterre, demuestran que, luego de dos décadas en la ruta, se mantienen tan inquietos como siempre: en esos trabajos, la banda despliega un abanico de influencias tan disímiles entre sí como Black Sabbath, el David Bowie de Earthling y Massive Attack. Hay más que eso. Los Redondos han utilizado la poesía (las letras del grupo están entre las pocas del rock argentino que admiten esa denominación) para describir estos durísimos años que para siempre serán caracterizados como menemistas. No lo hicieron desde el panfleto, sino desde historias de personajes pequeños y marginales que transitan como pueden por un infierno que no está para nada encantador. De cuando en cuando, además, se permiten alguna proclama libertaria hecha y derecha. "Blues de la libertad", otro viejísimo tema del grupo, se reactualizó cuando lo grabaron por primera vez en Luzbelito (1996). Es que quizá todavía sea tiempo de aclarar que "Mi amor, la libertad es fanática/ Ha visto tanto hermano muerto/ tanto amigo enloquecido, que ya no puede soportar/ la pendejada de que todo es igual/ siempre igual/ todo igual/ todo lo mismo". Es probable que no siempre todos los fans capten todas y cada una de las metáforas que Solari formula en sus canciones. No cabe duda, en cambio, de que perciben con absoluta nitidez una visión, un modo de pararse frente al mundo. "Yo sé que no puedo darte algo más que promesas... tics de la revolución/ implacable rocanrol/ y una par de sienes ardientes/ que son todo el tesoro", canta Solari, lúcido en Juguetes perdidos, otro de los himnos de Luzbelito. La frase, una paráfrasis ricotera del "Es sólo rock & roll, pero me gusta", de Los Rolling Stones, define con exactitud irónica los alcances y los límites de la propuesta de la banda.Hay que padecer que los colectivos no te paren y te obliguen a caminar cuarenta o más cuadras para volver a casa. Hay que soportar que te arreen como ganado, que la policía te maltrate, que los pibes más sacados te quieran afanar. Si uno vive en la Capital o en el Gran Buenos Aires, hay que tomarse un tren hacia alguna diminuta ciudad del interior del país y rezar para que el intendente no ceda a las presiones de la derecha o de "las fuerzas vivas" de la ciudad y prohiba el show. Hay que estar dispuesto a dormir en carpa o, de lo contrario, hay que esperar a que se decidan a tocar en un gran estadio de fútbol, al que conviene llegar con tiempo para evitar aglomeraciones y/o represión. Hay que tener lo que los chicos llaman aguante. Y comprender que, si estás dispuesto a bancarte todo eso, es probable que luego vivas una de las mejores fiestas que el rock argentino puede ofrecerte hoy: un recital de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Hay que ver a esos tipos arriba del escenario: entonces, toda intelectualización del asunto estalla en pedazos. Hay que participar de esa comunión tan única que se produce entre el público y ese cantante calvo de lentes oscuros que junta sus dos manos como si fuera a mover un palo de golf y luego gira sobre sí mismo; ese guitarrista que te pone la piel de gallina, esa banda que abre las puertas de la emoción y de la magia. Cientos de miles de jóvenes compran sus discos o invierten el dinero que no tienen para verlos. Si durante los 70 representaban la resistencia cultural de una elite informada, hoy representan la resistencia de una masa de jóvenes - "desangelados", según la definición del Indio Solari- que no creen en nada ni en nadie, excepto en Los Redondos. No se trata de la única banda argentina que suena bien en vivo, ni de la única cuyos principales integrantes son muy carismáticos. No es eso. En los recitales de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota se instala durante dos horas -y se disfruta como parte vital del hecho artístico- la sensación de que este mundo puede ser tomado por asalto; que los artistas y el público estamos haciendo en ese preciso momento una revolución; o que al menos estemos dispuestos a jugarnos todo con tal de no permitir "un último secuestro no, el de tu estado de ánimo", como dice el viejísimo y magnífico tema Ya nadie va a escuchar tu remera. Los recitales de Los Redondos son hoy "el hecho maldito del rock argentino", en el mismo sentido metafórico- salvando las distancias, claro- con el que John William Cooke definía el peronismo como "el hecho maldito del país burgués". La organización de los conciertos, a cargo del grupo, suele ser por lo menos deficiente. Sin embargo, esa deficiencia no alcanza a explicar los desmanes que a veces se producen antes o después de las actuaciones de la banda. La policía odia al público de Los Redondos con un fervor que antes sólo dedicaba a la izquierda o a las manifestaciones opositoras al poder de turno; la mayor parte del público odia a la policía porque parece entender que nada tienen que hacer los azules allí, en ese territorio libre. Cierta rudimentaria idea de socialismo define la devoción con la que algunos chicos deciden colarse. No es una simple travesura: en el fondo, más bien parecen pensar que no tienen por qué pagar para entrar a una fiesta que les pertenece. Hasta los fans más viejos del grupo añoran la época en que todo era más cool, y deploran la llegada del aluvión bardero, esos pibes que, ¡horror!, acaso no sepan quién era Frank Zappa. Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota son los únicos protagonistas de la década del 80 que ratificaron y aumentaron sus protagonismo en los 90. Sosa Stereo- supuesto contrincante en las preferencias populares- también grabó algunos muy buenos discos en los 90 y se despidió con el estadio de River lleno; la memoria popular, sin embargo, asociará por siempre a esa banda con los 80. Los Redondos grabaron algunos discos formidables durante estos años. No son los únicos: ni siquiera se puede afirmar con absoluta certeza que sus trabajos de los 90 resulten sustancialmente mejores que los de los 80. Son, lejos, la banda más popular de la Argentina, pero nadie podrá acusarlos jamás de haber accedido a esa popularidad por medio de demagogia artística o concesiones en su estética. Sus últimos dos discos, Luzbelito y Ultimo bondi a Finisterre, demuestran que, luego de dos décadas en la ruta, se mantienen tan inquietos como siempre: en esos trabajos, la banda despliega un abanico de influencias tan disímiles entre sí como Black Sabbath, el David Bowie de Earthling y Massive Attack. Hay más que eso. Los Redondos han utilizado la poesía (las letras del grupo están entre las pocas del rock argentino que admiten esa denominación) para describir estos durísimos años que para siempre serán caracterizados como menemistas. No lo hicieron desde el panfleto, sino desde historias de personajes pequeños y marginales que transitan como pueden por un infierno que no está para nada encantador. De cuando en cuando, además, se permiten alguna proclama libertaria hecha y derecha. "Blues de la libertad", otro viejísimo tema del grupo, se reactualizó cuando lo grabaron por primera vez en Luzbelito (1996). Es que quizá todavía sea tiempo de aclarar que "Mi amor, la libertad es fanática/ Ha visto tanto hermano muerto/ tanto amigo enloquecido, que ya no puede soportar/ la pendejada de que todo es igual/ siempre igual/ todo igual/ todo lo mismo". Es probable que no siempre todos los fans capten todas y cada una de las metáforas que Solari formula en sus canciones. No cabe duda, en cambio, de que perciben con absoluta nitidez una visión, un modo de pararse frente al mundo. "Yo sé que no puedo darte algo más que promesas... tics de la revolución/ implacable rocanrol/ y una par de sienes ardientes/ que son todo el tesoro", canta Solari, lúcido en Juguetes perdidos, otro de los himnos de Luzbelito. La frase, una paráfrasis ricotera del "Es sólo rock & roll, pero me gusta", de Los Rolling Stones, define con exactitud irónica los alcances y los límites de la propuesta de la banda.

1 comentario:

Unknown dijo...

Realmente acabo de terminar de leer todo el `post y me encantó. me parece muy acertado lo que decís acerca de Los Redondos como "el hecho maldito del rock argentino" y de como la estúpida rivalidad entre Los Redondos y Soda Stereo queda creada por algunos estúpidos, y es algo que en realidad no debería ir mas allá de gustos musicales y de identificación con una época.
Voy a linkerate para seguir leyendo cuando vayas actualizando.

Saludos!


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