9 oct 2008

EL INDIO DESPUÉS DE URUGUAY

Composición de lugar. Bajo la tribuna América del estadio Centenario, el Indio está solo y espera por esta entrevista en la intimidad fantasmal de un vestuario mítico. Hay una botella de whisky importado improvisada como centro de mesa y el cantante está sentado en uno de eso largos bancos donde desde 1930 los jugadores suelen ajustarse los cordones. Hay un espejo enorme en el que se refleja la figura de Solari que, ahora, luce como un expedicionario polar (una campera blanca de frío realza el perfil) que curiosamente prescinde del hielo para cuidar su garganta antes de la prueba de sonido. Solari viajó a Montevideo el jueves, junto a su mujer y su bebé Bruno en primera clase de Buquebús. “Yo al avión le tengo claustrofobia” -arranca con el primer sorbo-, “no me gusta esa historia de no poder decidir interrumpir la cosa. ¿Qué le voy a decir al piloto? ¿Dame un paracaídas que me bajo acá? Entonces decidí venir en Buquebús, pero un día que no viniera nadie. Pero, bueno, no puedo evitar que el capitán del Juan Patricio, o no sé cómo como se llama el barco, me invite a la cabina de mando. Y es un embole, pero no le puedo decir que no”. Mientras llegan ecos de la guitarra de Skay, Solari asume que lo mejor de un show es el momento en que se ha terminado. “Toda la etapa previa la vivo con mucha ansiedad... Siempre está el baterista que se engripa o se borran los sonidos de los teclados. Ese tipo de sufrimiento se arrastra hasta que se termina”. ¿Y dentro de esas preocupaciones previas, cómo juega el factor de convocar al público del grupo desde otro país, donde muchos llegan sin un peso y, bueno, todos terminan quedando expuestos? Bueno, yo sostengo la politica del guerrero: esperar lo mejor, pero prepararse para lo peor. Son cosas ante las cuales uno elige tener una actitud un poco cool. Porque yo no tengo dominio sobre miles y miles de personas. Eso es una especie de demencia, ¿no? Qué cosa? Quiero decir que la gente está pendiente de Los Redondos, porque sintoniza con ellos. A partir de ahí, no hay nada que gobierne eso. Yo no puedo saber quiénes son todas las personas que nos vienen a escuchar. Sí tenía una militancia cuando eran cien. Pero ahora sé que viene de todo y, bueno, uno está siempre esperando y pidiendo a la providencia que te ayude, pero qué sé yo. Hay cierta resignación en eso... Mirá, por formación y edad, a mí me cuesta entender la agresión como ariete sin ningún norte. Creo que esta es una cosa producto de este tiempo Yo siempre prefiero que si algunos chicos tienen una actitud belicosa sea para algo: los escraches, por ejemplo. Ya el resto de las cosas tienen que ver con que si vos estás criando un monstruo al que le has negado cultura y educación, un buen día ese monstruo se te aparece y explota por cualquier motivo. ¿Y el grupo, dónde aparece en ese esquema? Más allá de la resonancia que cada uno encuentre con la actitud de la banda -o con la lírica, que en eso estoy metido fundamentalmente-, no encuentro ninguna vocación violenta porque sí, aunque pases los discos al revés. A través de eso, no lo vinculo con la emanación de la banda de ninguna manera. Pero no vas a negar que simbolizan algo... Sí, tal vez persista esa idea de reservorio libertario, algo que puede de alguna manera abarcar todas las quejas de los chicos, algunos de los cuales pasan por circunstancias bastante difíciles. Está muy feo para ser adolescente hoy, muy feo. Imaginate, nosotros queríamos presentar este disco en River y teníamos el okey de la comisión directiva y todo, pero se ve que, en estas circunstancias, la burocracia no está muy veloz para aceptar que haya sesenta mil pibes sueltos por la calle. Así que ahora pusimos el grito de que queremos tocar en setiembre, para que se tomen su tiempo. O sea que lo de Montevideo fue casi una salida exigida. Bueno, las cosas siempre son una conjunción. Se dio esto que te digo y también que yo tengo un cariño muy especial por la gente de Montevideo. ¿Cómo desarrollaste ese cariño? Bueno, casualmente la primera vez que estuve fue en 1971, medio rajando de allá.Y terminé detenido en 33 Orientales en un retén. Yo estaba haciendo un viaje en el que pretendía llegar a Manaos y de ahí ir a Dakar. Iba con una chica uruguaya que se había escapado del padre, pero el tipo era un jerarca del partido comunista, curiosamente, y nos agarraron en Río Branco. Hay una continuidad de fuga, alguna vez deslizaste que cuando salís venís a ver cine a Montevideo... Sí, porque acá pasa que si te cruzan en la calle, de movida piensan “no puede ser que esté acá”. Siempre son tres días hasta que se corre la bola y con eso alcanza para ponerme al día con el cine. ¿Te planteaste vivir acá? Sí, pero cuando sea viejito. He pensado varias veces en irme a Nueva York, porque me da la posibilidad de vivir la vida urbana que a mí me enloquece. Y ahora no puedo. No sé si viviría todo el año, pero sí la mitad. ¿El hecho de tener un hijo te ha pautado cosas en tu carrera? Mirá, yo lo único que voy a decir al respecto es que estoy muy feliz, y que he descubierto en mí un tipo de ternura que desconocía. No voy a profundizar al respecto, yo sé los costos que tienen esas cosas y no quiero involucrar a mi compañera ni a mi hijo en esto. Si voy a hacer canciones para Bruno, se las voy a hacer a él. No he hecho canciones para Walter Bulacio ni nada de ese tipo, porque no coincido mucho con el homenaje expuesto de un artista exitoso. Prefiero el cariño real, que es un abrazo del recuerdo. El viernes hubo una marcha por los diez años del asesinato de Walter Bulacio. ¿Qué te pasó por la cabeza? Los sentimientos son encontrados. Uno, inevitablemente, tiene la inercia de las primeras marchas, donde contra todo lo que se ha descripto más de una vez hemos estado presentes. ¿Pero vos no fuiste, o sí? No. Yo no fui porque soy un poco la estampita del grupo, pero los chicos fueron a testear y lo que pasaba en esas primeras marchas eran cosas que no tenían mucho que ver con nuestra manera de hacer las cosas. A Skay le pedían autógrafos... Yo creo que hay un lugar del dolor que no se comprende. Salvo en el caso de la abuela, que en algún momento, me gustaría, en fin... Son cosas muy delicadas, es jodido estar en el medio de esto. ¿Te gustaría hablar con la abuela? Los dolores de ese tipo son inabarcables. A mí me llegan permanentemente cartas de dolores profundísimos que pretenden que uno se coma el dolor, y todas las veces que lo he intentado, dejo de tener actitud para comerme el dolor de los que están cerca. Termino comiéndome el dolor de alguien que no conozco o conozco a través de una carta. Para mí es imposible atender el cariño de miles, no tendría vida para vivir. ¿La abuela de Walter Bulacio ha tratado de llegar a vos? No, que yo sepa no. En algún momento creo que los padres de él lo han tenido claro y se han abierto de toda esta corte de abogadillos que hay. No quiero desacreditar el trabajo de nadie, pero sí puedo decir que en el caso nuestro no obraron bien. Lo que querían era mojarnos la oreja para que saliéramos para involucrarnos en una estrategia que tal vez no era la mejor. ¿Y cuál fue la actitud del grupo, nunca pensaste en poner gente de confianza para buscar un esclarecimiento? Bueno, nosotros hemos metido la cuchara en muchos asuntos con gente que tuvo problemas en un recital nuestro y creo que corresponde al beneficiado en esa circunstancia decirlo y no a uno. Y con respecto a este caso, se ha vuelto muy difícil hacer algo en el punto en el que la justicia se mueve, a través de esa cosa terrible que son las pruebas. Y las pruebas las generan aquellos que son los primeros que tienen acceso a la intimidad del crimen. Acá lo único que hay es lo que Walter le dijo al padre Y eso hace difícil la tarea de poner a este señor Espósito (por el policía involucrado en la muerte de Bulacio) en el lugar donde tendría que estar. Bueno, ya sabemos lo que es la impunidad con respecto a la policía y quizás estos ni siquiera sean los peores tiempos. Mirá lo que te estoy diciendo. UN SHOW HOMOGÉNEO Y CONTUNDENTE Entraron y salieron tres veces del escenario en una de esas Van tan parecidas a las que se usan en las excursiones. Entre las ocho y las diez de la noche del domingo montevideano, entonces, la Van fue y vino cubriendo la distancia entre la tribuna América (donde instalaron el backstage) y la Olímpica (donde estaba el escenario) del estadio Centenario. Cada vez, bajaban de a uno y llegaban al escenario por un tablón improvisado como rampa. Estaban ahí, a 20 metros de su propia épica, reflejada en 40.000 fans argentinos y uruguayos repartidos en dos funciones, y cuando aparecieron enfundados en esos conjuntos de excursión a la montaña parecían expedicionarios. En Montevideo, Los Redondos hicieron una excursión a su propia leyenda. Claro que la excursión fue mutua y desde ya más trabajosa para los fans que vinieron aquí a ver a un grupo de rock que está rozando su Everest. No porque Momo sampler, el álbum que tocaron íntegro en Uruguay, sea su mejor esfuerzo en 16 años de discografía, sino porque en el abrazo a la prótesis tec­nológica que el grupo lleva al escenario hoy alcanzan una coherencia estética que aplasta por su contundencia. Hay en ese tecno rock pesado, narcótico y dantesco, una interpretación estética de la complejidad del fenómeno que provocan. Aún cuando bordean un mastodonte sonoro, el nuevo repertorio pisa con la gravedad de Gengis Khan y, bajo esta banda de sonido, Los Redondos alumbran con mayor potencia todo claroscuro. Se cruzan los “trapos” fútboleros con la elegancia oriental y el paso sigiloso del Indio Solari. En tres momentos, los excursionistas de uno y otro bando hicieron una conexión conmovedora. Sheriff, el mejor tema del nuevo álbum, provocó un espontáneo minuto de silencio. El grupo usufructuó aquí casualidades de la escenografía natural: la torre del estadio que parece salida de la imaginación de Fritz Lang, el humo negro que escupía el Hospital de Clínicas y un avión que voló sobre el campo y se cruzó increíblemente con una banda de pájaros nocturnos. Juguetes perdidos fue dedicada por Solari a la memoria de Walter Bulacio (en la prueba de sonido le había confiado con reservas a Clarín esta decisión). ‘Hace 10 años y los asesinos siguen sueltos. Está el cariño genuino de la abuelita y los amigos”, dijo sobre la muerte del fan redondo. Es casi ocioso intentar reproducir la carga con la que el grupo tocó este tema. Y no fue, tal vez, la dedicatoria en palabras lo más significativo, sino los quejidos de la guitarra de Skay.. Que casi nunca habla. Pero toca. Y luego, claro, Ji Ji Ji, la festiva canción con la que el grupo aprendió a cerrar sus conciertos. El pasaje de la estrofa al estribillo, esos veinte segundos en los que se anuncia una avalancha, tenía el domingo consistencia meteorológica. Hacen falta muchos años para que una montaña así crezca. Y ahí estaba, Solari asomando su calva por la Van una vez más, para tomar la última polaroid de su excursión.

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